Diez años estuvo Ulises, rey de Ítaca, vagando fuera de su hogar, sufriendo sucesivas penurias que hicieron de su experiencia migratoria, recogida por Homero en la Odisea, una auténtica tortura. De este personaje mitológico toma su nombre el síndrome de Ulises, también denominado síndrome del emigrante con estrés crónico y multiple. ¿Qué impacto emocional tiene emigrar? ¿Han hecho las redes sociales más liviana la experiencia migratoria? ¿Sufren más ellas o ellos? ¿Qué es lo que más se echa de menos? Espora ha conocido los retos emocionales que han enfrentado dos emigrantes a Estados Unidos e Irlanda, ha encuestado a 22 españoles en el extranjero para medir el impacto emocional de sus procesos migratorios y ha entrevistado a un psiquiatra especializado en la atención psicológica a inmigrantes, el mismo que describió el síndrome de Ulises.
Texto: Javier Estévez Arévalo
Ilustraciones: Jorge Fernández Campus y Malena Cortizo Álvarez (portada)
Joseba Achotegui: “El duelo migratorio es una crisis personal, no una enfermedad mental”
“En los años 90 llegaron muchos inmigrantes a España y no tenían atención sanitaria ni en salud mental”. Por este motivo inició Joseba Achotegui Loizate, psiquiatra y profesor de la Universidad de Barcelona, el Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados, ubicado en el puerto de la ciudad catalana. Allí conoció de primera mano a muchos inmigrantes “que no tenían papeles, que no podían traer a la familia, que estaban asustados”, en una situación de sufrimiento a la que, en 2002, puso nombre: padecían el síndrome de Ulises. Tras más de tres décadas dedicado a la materia, Achotegui pide desligar este estrés de los trastornos mentales. “Hay una tendencia a medicalizarlo todo, a convertirlo todo en enfermedad. Yo estoy en contra de eso”.

La migración siempre ha rondado el entorno de Joseba Achotegui Loizate. Nacido en Durango (Vizcaya) en 1954, este psiquiatra ha visto cómo muchos amigos y familiares han tenido que emigrar de España, muchos de ellos a América. Él mismo vivió también un proceso migratorio a menor escala en su juventud, cuando decidió abandonar el País Vasco para cursar Medicina en la Universidad de Barcelona.
En Cataluña se asentó y allí desarrolló su carrera profesional, con un hito reconocido a nivel mundial: fue él quien describió en La depresión en los inmigrantes: una perspectiva transcultural (2002) el síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple, más conocido como el síndrome de Ulises, una etapa de duelo que Achotegui pide no confundir con una enfermedad mental: “El estrés y el duelo no son enfermedades, todos los vivimos. Son cosas que forman parte de la vida y que nos lo hacen pasar mal, pero no son lo mismo que estar enfermo”.
Su carrera como psiquiatra es extensa, pero en los últimos 30 años se ha centrado en mayor medida en el estrés migratorio. ¿Por qué?
Empecé porque en los años 90 llegaron muchos inmigrantes a España y no tenían atención sanitaria ni en salud mental. Por eso pensamos en poner un dispensario, el Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados. También me interesaba entender toda esta temática, y como lo que trabajábamos tenía mucha aceptación, sobre todo lo del síndrome de Ulises, pues me he dedicado bastante a ello.
Tiene familiares y amigos que emigraron. Usted mismo nació en Vizcaya y emigró a Cataluña. ¿Viene también de aquí su interés por este campo?
Bueno, se juntó todo, porque es verdad que, aunque España sea pequeña, hay muchas diferencias entre los sitios. Vas a Cataluña y hablan otra lengua. Lo mismo en Euskadi. Hay gente que llega, que se va, muchos familiares fueron a América… Siempre he vivido en medio de migraciones, por lo que también me gustó estudiarlo.
¿Ha padecido el síndrome de Ulises?
No, el síndrome de Ulises es una migración en situación difícil, extrema. Yo he tenido una migración normal: he ido a un sitio, he trabajado y he tenido mis oportunidades y mis derechos. He vivido los duelos de la migración, que se viven siempre, pero lo he hecho en un contexto saludable, simple. La migración no ha sido un problema para mí, sino una oportunidad.
¿Qué tipo de oportunidad?
Yo podía haber estudiado Medicina en Bilbao, pero tenía ganas de marchar, de emigrar. A mí me tocó esto hace sesenta años; si fuera ahora, yo habría ido a Inglaterra u Holanda, pero, en aquellos momentos, ir a Barcelona era ir a otro mundo.
Describió el síndrome de Ulises en 2002. ¿Qué trabajo hay detrás de este hito?
Empecé a trabajar en un equipo que se interesó por la emigración y la salud mental en los años 80, pero el grupo se disolvió y yo fui el único que siguió en esa línea. Monté un dispensario en el puerto de Barcelona, que ahora cumple treinta años, y, visitando inmigrantes, me di cuenta, en torno al año 2000, de que les había afectado mucho el cierre de las fronteras, que no tenían papeles, que no podían traer a la familia, que estaban asustados. Me pareció que esto generaba un sufrimiento que no era un trastorno mental, y lo llamé síndrome de Ulises.
Dice que el síndrome de Ulises no es una enfermedad mental, sino un cuadro de estrés o de duelo intenso.
El estrés y el duelo no son enfermedades, todos los vivimos. Son cosas que forman parte de la vida y que nos lo hacen pasar mal, pero no son lo mismo que estar enfermo. El enfermo mental es una persona que no puede con una situación que le bloquea. Falla él. En el síndrome de Ulises no falla el migrante, porque las barreras son insalvables.
Estos síntomas de estrés o de duelo, ¿podrían confundirse con enfermedades mentales?
Hay una tendencia a medicalizarlo todo, a convertirlo todo en enfermedad. Yo estoy en contra de eso. Hay enfermedades mentales, pero también hay otras cosas que no lo son, que son crisis personales y situaciones de tensión, de duelo, de estrés, en las que la gente lo pasa mal, pero no está enferma.
En esos casos, ¿la atención debería ser más psicológica que psiquiátrica?
Exacto. O quizá ni siquiera psicológica, sino más bien psicosocial, de apoyo, psicoeducativa… No hace falta una psicoterapia, sino un apoyo o un asesoramiento. Yo creo que hoy en día lo metemos todo en el saco del trastorno mental, y eso es un error porque la gente acaba tomando muchísimas pastillas, acaba estigmatizada, acaba haciendo tratamientos psicológicos que no son necesarios… Creo que hay que diferenciar el campo de la salud mental del campo del trastorno mental.
Si estas situaciones de estrés o duelo no se tratan a tiempo, ¿pueden derivar en trastornos mentales?
Sí, pero la mayoría de la gente no enferma: solo un 10 % de la población tiene trastornos mentales. Los demás lo pasan mal, pero no están enfermos.
Con la aparición de las redes sociales, parece evidente que ahora es más fácil que antes mantener el contacto con lo que se deja atrás.
Desde luego. Yo creo que ayuda, aunque no es lo mismo el contacto personal que el online. No hay que confundirlos pensando que son iguales, porque el emigrante y el que se queda en el país de origen se engañan muchas veces, no dicen la verdad, no se explican todo, se guardan cosas, se dan informaciones sesgadas… No es lo mismo que cara a cara, donde se ve enseguida cómo están las cosas.
Eso también genera confusión, entiendo.
Claro. El emigrante tiende a no explicar lo mal que lo pasa para que la familia no sufra. La familia tiende a no explicar cosas para que el otro no esté preocupado. Se dicen muchas mentiras piadosas.
Mientras una persona emigra, su lugar de origen cambia. ¿Es habitual que los emigrantes tengan crisis identitarias, que se sientan un poco apátridas?
Sí. Defino doce características del duelo migratorio y una de ellas es que el retorno del emigrante es una nueva migración, vuelve a tener que elaborar un montón de cosas. El país ha cambiado, él ha cambiado y muchas veces no se siente aceptado ni reconocido. Esto, si le ha ido bien. Si le ha ido mal, ni te cuento lo mal que lo tratan en su lugar de origen, como a un fracasado. Es muy complicado volver habiendo fracasado.
¿Por qué?
Porque quien vuelve fracasado está muy dolido, muy herido, y espera recibir mucho apoyo. Pero en el país de origen ya lo habían olvidado. A quien se ha ido se le percibe como si hubiera dejado de lado a la gente de su lugar de origen. “Pues, si te ha ido mal, ahora te apañas”.

Espora ha realizado una encuesta para medir el nivel de intensidad con el que las siete áreas del duelo migratorio han afectado negativamente a 22 españoles en el extranjero (catorce hombres y ocho mujeres). Ellos han sufrido más por su integridad física, el cambio de tierra y las diferencias culturales. Ellas, en cambio, han sentido mayor preocupación por el cambio de estatus social, la distancia con sus grupos de pertenencia, la lejanía de su familia y seres queridos y las diferencias lingüísticas.
El estrés migratorio de ellas, un 5 % más intenso que el de ellos
El doctor Achotegui describió tres tipos de duelo en el síndrome de Ulises: simple (aquel que se da en buenas condiciones y puede ser superado), complicado (aquel que presenta serias dificultades para ser superado) y extremo (aquel que no puede ser superado). Además, esta situación de estrés migratorio puede presentarse en siete áreas: la familia y los seres queridos, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, los grupos de pertenencia y la integridad física.
Espora ha realizado una encuesta para medir la intensidad (de 0, mínima, a 10, máxima) con la que estas siete áreas han afectado negativamente a las experiencias migratorias de 22 españoles (catorce hombres y ocho mujeres), todos con edades comprendidas entre los 25 y los 57 años y con vivencias en nueve países: Estados Unidos, Irlanda, Francia, Alemania, Bélgica, Reino Unido, Suiza, Chile y República Dominicana.

Atendiendo a los tipos de duelo, los resultados son coherentes: aquellos que han experimentado un duelo simple (catorce personas, de las cuales diez son hombres y cuatro, mujeres) tienen una puntuación media menor (3,21 puntos) que la única persona (hombre) que ha sufrido un proceso extremo (8,29 puntos). Además, siete personas (tres hombres y cuatro mujeres) han soportado un duelo complicado, con una valoración media de 5,41 puntos.
Los tres tipos de duelo encuentran coincidencia en el área de mayor sufrimiento: la distancia con respecto a la familia y los seres queridos, con una valoración de 4 puntos para quienes han padecido un duelo simple, 7,14 puntos en los casos complicados y puntuación máxima, 10 sobre 10, para el extremo. El área de menor sufrimiento encuentra, en cambio, ligeras diferencias entre los tres grupos: si bien simple y complicado coinciden en la escasa preocupación por su integridad física (2,29 y 2,86 puntos), la diferencia lingüística (6 puntos) fue el menor causante de estrés para la única persona con un caso extremo.

Los resultados permiten entrever que ellos y ellas experimentan el duelo migratorio de manera diferente. Los hombres han sentido su integridad física en riesgo en mayor medida que las mujeres (0,45 puntos más), y también les ha afectado más el cambio de tierra; es decir, el entorno, los paisajes o la temperatura (0,29 puntos más). Presentan resultados más parejos las diferencias culturales (0,05 puntos más para ellos) y lingüísticas (0,11 puntos más para las mujeres).
Las desigualdades, no obstante, se acentúan en el resto de medidores, siempre sufriendo las mujeres con mayor intensidad el duelo migratorio. A ellas les afecta 1,14 puntos más la lejanía con respecto a su familia y seres queridos y 1,59 puntos más la distancia con sus grupos de pertenencia y el cambio de estatus social. De media, la intensidad global del estrés migratorio que sufren los hombres es de 3,96 puntos. En el caso de ellas, la cifra es de 4,46 puntos (0,5 más, o 5 % en términos porcentuales).
Aunque estos datos no dejan de ser una media de resultados, el fruto de una operación matemática que, en ocasiones, no se corresponde con la realidad. ¿Puede la experiencia migratoria de un hombre ser peor que la de una mujer? Sí, sí puede. Por ejemplo, Edu Díaz Castro (Santa Cruz de Tenerife, 41 años, residente en Nueva York) ha tenido una experiencia migratoria mucho más sufrida que Mer Ruiz Santos (Madrid, 35 años, residente en Kildare, a una hora en coche de Dublín): él ha padecido un estrés migratorio de 8,29 puntos; ella, de 3,14. Ambos emigrantes han compartido con Espora el impacto emocional que les ha supuesto su traslado de residencia al extranjero. Desliza hacia abajo para conocer sus historias.

El actor canario Edu Díaz Castro describe sus primeros seis meses en Nueva York como una “luna de miel”. Gente nueva, estímulos nuevos y aprendizajes constantes en la meca del teatro mundial. Estaba cumpliendo un sueño. Pero la pandemia le despertó. Se quedó solo en su apartamento, en las inmediaciones de Times Square, con decenas de rascacielos deshabitados y miles de oficinas vacías. El escenario era distópico. “Estaba totalmente solo, solo en casa y solo en la ciudad”. Esto no fue más que el inicio de un periplo de terror: recibió amenazas de deportación, mutó de inquilino a cuidador de una mujer alcohólica y con demencia y sufrió una agresión homófoba. “Aquí no tengo tanto soporte como en España”, dice, convencido de que la lejanía de su país natal ha acentuado su malestar. Aún así, Edu no ha cejado en su empeño de triunfar en el mundo de la actuación estadounidense: “Ser actor recurrente en Broadway, en cines o en series sería tocar techo para mí”. Está camino de conseguirlo.
Edu Díaz Castro: “Me he sentido muy vulnerable y lo he pasado francamente mal”

Hace cinco años y medio que Edu pisó por primera vez Nueva York. Lo hizo bajo el paraguas de la beca Fulbright, que le permitía estudiar durante un año, percibiendo sueldo, en la escuela de arte dramático de Susan Batson, mentora de artistas como Nicole Kidman y Juliette Binoche. Estaba cumpliendo un sueño, viviendo su particular luna de miel en la ciudad más poblada de Estados Unidos. Pero la burbuja se pinchó. Con la pandemia de covid se diluyó su etapa de enamoramiento con la vida y comenzó un periplo de terror, amenazas de deportación y agresiones homófobas mediante, que sólo ha podido sanar ―aún continúa haciéndolo― con terapia psicológica y psiquiátrica. “Aquí no tengo tanto soporte como en España; me he sentido muy vulnerable y lo he pasado francamente mal”.
Edu Díaz Castro (Santa Cruz de Tenerife, 1983) compartía piso con dos jóvenes estadounidenses que, en cuanto la pandemia amenazaba con convertirse en lo que finalmente fue, regresaron a sus hogares. Y Edu, seis meses después de llegar a Nueva York, se quedó solo en su apartamento del barrio de Hell’s Kitchen (la Cocina del Infierno), en las inmediaciones de Times Square. “Fue la soledad más increíble. Estaba totalmente solo, solo en casa y solo en la ciudad”.
Si miraba hacia arriba, sólo acertaba a ver cómo los colosales rascacielos de Manhattan, repletos de oficinas, permanecían prácticamente vacíos. Si miraba hacia abajo, la escena hacía honor al nombre del barrio: era un infierno. “Un día estaba despertándome y, de repente, empiezo a escuchar apellidos americanos: ‘Smith, Williams, Jones’. Me asomé y era la Guardia Nacional llamando a los soldados para que se encargasen de las residencias y de sacar a los muertos de los edificios”, relata.
“Tengo un email bomba por ahí. Me dijeron: ‘Si no sales dentro de treinta días, vamos a avisar a las autoridades y, si quieres volver a entrar a Estados Unidos, puede que sea imposible para ti en un futuro’”
Fulbright ofreció a sus becados regresar a sus hogares, aunque, para eso, debían renunciar a la beca. Y Edu, que vendió todo lo que tenía en España en el año que transcurrió desde el fallecimiento de su madre hasta que emigró, decidió quedarse en Estados Unidos. Mientras continuaba recibiendo clases por videollamada, el actor soñaba con estrenar en Nueva York la obra que estaba desarrollando en su escuela, por lo que pidió una prórroga de la beca de seis meses. Fulbright le concedió la extensión, aunque en ese medio año la pandemia no se disipó, así que Edu solicitó una nueva prórroga que le fue denegada. “Tengo un email bomba por ahí. Me dijeron: ‘Si no sales dentro de treinta días, vamos a avisar a las autoridades y, si quieres volver a entrar a Estados Unidos, puede que sea imposible para ti en un futuro’”.
Ante la amenaza de deportación, Edu regresó a su isla, a Tenerife, en abril de 2021. Allí alquiló una casa en el campo y adecuó “un garaje que estaba hecho una mierda, lleno de arañas, de bichos y de polvo” para convertirlo en un set de teatro, con luces e incluso una máquina de humo. Había vuelto a la margen oriental del océano Atlántico, pero su sueño permanecía en la orilla occidental. Y consiguió regresar. Lo hizo en abril de 2022, un año después de marcharse, tras obtener el visado de artista.
DE INQUILINO A CUIDADOR
Edu no volvió a Hell’s Kitchen. Una amiga austriaca que vivía con una familiar lejana, una señora mayor, en el barrio de Harlem dejaba su habitación y se la ofreció a Edu. Lo que iba a ser un tiempo de transición, mientras el actor encontraba un alojamiento estable, se convirtió en un año y medio compartiendo piso con Genelle, “una señora mayor, encantadora, pero con demencia y alcohólica”. Con ella vivía y comía gratis, pero rápido pasó de inquilino a cuidador. Un día, al despertarse, se la encontró tirada en el suelo y con la cara “megahinchada, como si hubiese pasado toda la noche en la misma posición”. En otra ocasión, llegó a casa y encontró un reguero de sangre en el pasillo. Tras seguirlo, vio a Genelle cerca de desmayarse con un charco rojo bajo su pie, que tenía un pequeño corte.
“Creo que le estoy haciendo un flaco favor porque, si estoy aquí, no vais a contratar a alguien que la cuide”, comentó Edu a las hijas de ella, que no vivían en Nueva York. Aunque, reconoce, también lo hizo por él mismo: necesitaba liberarse de “esta preocupación horrible” y temía por su seguridad como inmigrante. “Si alguien se muere en casa, aunque sea durmiendo, vienen los bomberos y la policía, como en las películas. Y si tienes cualquier tipo de antecedente penal, a la hora de aplicar para una siguiente visa es mucho más complicado”. Tras salir de casa de Genelle, Edu continuó visitando a su antigua casera una vez al mes, pero medio año más tarde “se cayó, se rompió la cadera y se murió”. “Fue muy triste”, recuerda.

Durante los primeros meses de ese año y medio que vivió con Genelle, Edu continuó preparando la obra de teatro que había cimentado entre su primera etapa en Nueva York y su regreso a Tenerife. Su estreno, previsto para octubre de 2022, se convirtió en un “acontecimiento”. “Estaba supernervioso por estrenar en Nueva York y había puesto mucho dinero en la obra, pero poco a poco conseguí productores americanos y el apoyo del consulado español en Nueva York”. Todo iba a pedir de boca. Hasta que en septiembre, un mes antes del estreno, comenzaron los ensayos presenciales y a su director, con quien llevaba tres años trabajando en la obra, “se le fue la pinza”.
“Me empieza a gritar, a ser cada vez más agresivo en los ensayos… Claro, yo estaba histérico por el estreno de la obra y flipando porque no sabía cómo reaccionar a sus gritos”. No se quedó ahí. El nivel de violencia aumentó y las agresiones verbales se convirtieron en físicas. “Se acercó a mí como para meterme un puñetazo, me arrinconó y me llamó maricón. Le tuve que pedir por favor que me soltara, y lo hizo, pero siguió gritándoles a mis compañeros, hasta que finalmente terminó la hora de ensayo y se fue”, relata Edu. A la agresión le sucedió una amenaza que resonó con más fuerza por la condición de inmigrante del actor: “Me dijo: ‘Vas a escuchar de mis abogados’. Eso me preocupó; pensé que iba a irrumpir en mi proceso de inmigración y que se me iba a complicar la vida aquí”. Tras iniciar su tratamiento psiquiátrico el pasado mes de diciembre, a Edu le diagnosticaron estrés postraumático y depresión.
Este episodio de maltrato, a diez días del estreno de la obra, truncó las expectativas puestas en un proyecto que “tenía muy buena pinta”. “En el estreno yo estaba hecho polvo, incluso nervioso de que el director apareciera en el teatro a liarla parda. En fin, fue una mierda”, recuerda. Los productores retiraron su apoyo, Edu no se sintió capaz de continuar y la obra, que trataba sobre el duelo que pasó el actor canario tras la muerte de sus padres, quedó aparcada indefinidamente. Hasta ahora. “En breve retomo el proyecto por mi cuenta. Creo que la obra lo merece y me apetece un montón”.
“ME COMPENSA VIVIR EN NUEVA YORK”
Edu aspira a estrenar la obra sobre su duelo familiar en Nueva York, la ciudad que le acogió hace cinco años y medio. “Es la ciudad para hacer teatro y para desarrollarme profesionalmente. Hay montones de oportunidades, muchas más que en España”, asegura. Los escenarios de la metrópolis estadounidense no le son ajenos: ya ha actuado en off-Broadway, el paso previo a la meca del teatro mundial, con A Drag Is Born, un espectáculo de teatro mudo que responde “a ese ‘maricón’ que me dijo el director” y que ya le ha valido cinco premios: entre otros, a mejor espectáculo individual y mejor actor solitario de estilo clown en los festivales de teatro alternativo de Orlando y Nueva York. Aunque su progresión teatral aún tiene recorrido: “Ser actor recurrente en Broadway, en cines o en series sería tocar techo para mí”.
“Aunque la ciudad sea dura, el trabajo sea duro y el camino sea duro, yo noto que mi carrera va en ascenso”
Es esta perspectiva de crecimiento en el mundo de la actuación estadounidense lo que mantiene a Edu en Nueva York. “Me estoy tomando esta aventura como una especie de máster increíble. Estoy aprendiendo mogollón”. Aunque, tras superar la fase de luna de miel, el actor cayó en la cuenta de que su ciudad es “hostil” y “solitaria”. “La gente viene aquí a trabajar, a hacer dinero y a desarrollarse profesionalmente. Las conexiones personales son superficiales e interesadas”, afirma. Tampoco facilita la socialización el coste de vida de Nueva York: por ejemplo, un billete sencillo de metro cuesta 2,9 dólares.
Este nivel de gastos no se ve recompensado, a juicio de Edu, con buenos servicios para los ciudadanos. “Nueva York es, como Estados Unidos, un producto del marketing y de las películas, pero en realidad es una ciudad tercermundista. Hay ratas por todas partes, el metro está sucio, hay indigentes y gente totalmente desequilibrada y consumida por las drogas, hay supermercados asquerosos, hay asesinatos…”, revela el actor, a quien le cuesta extraer bondades de la ciudad, al margen de su efervescencia cultural y las oportunidades laborales que ofrece. Estos son los principales motivos por los que, dice, “me compensa vivir aquí”. “Aunque la ciudad sea dura, el trabajo sea duro y el camino sea duro, yo noto que mi carrera va en ascenso”.

Mer Ruiz Santos: “Estar lejos de tu familia se hace más llevadero cuando puedes ir a pasar el día a España por cincuenta euros”
“Ambos somos inconformistas e inquietos; si algo no nos gusta, no tenemos miedo a mudarnos”, dice Mer Ruiz Santos, gestora de contenidos, sobre ella e Iker, su marido. Hace cinco años, justo antes de la pandemia, él, ingeniero informático, aceptó un puesto de trabajo en Dublín y ambos emprendieron una aventura que continúa hoy en día. En Irlanda, donde han nacido sus dos hijas, han encontrado su lugar: allí disponen de una estabilidad económica y de unas oportunidades de crecimiento laboral que en España, asegura Mer, no tendrían. Por eso, aunque le disgusta que sus hijas no crezcan cerca de sus primos y sus abuelos, Mer ve “muy complicado volver a España algún día”.

“Vámonos a la aventura, vamos a ver qué pasa”, dijeron Mer Ruiz Santos y su marido, Iker, cuando a él le ofrecieron un puesto de trabajo en Dublín, en una empresa informática. En febrero de 2020 dio comienzo esa aventura de sucesos precipitados que terminaron por asentar a la pareja en Irlanda, primero en Dun Laoghaire, un suburbio costero de la capital, y desde el año pasado en Kildare, un pueblo de 10 000 habitantes a sesenta kilómetros de Dublín. “De repente llegó el covid, y cuando se fue, dos años más tarde, estábamos contentos aquí. Después, me quedé embarazada de mi primera hija y nos compramos una casa”, relata Mer (Madrid, 1989) mientras sostiene en brazos a Lola, su segunda hija.
Mer conoció a Iker (Bilbao, 1985) en Mánchester (Inglaterra), cuando tenían 22 y 27 años. Ella, estudiante de Periodismo, provenía de un “colegio religioso muy estricto”. “Y cuando llegué a la universidad, que era pública, me descontrolé completamente, perdí el norte. Necesitaba poner las cosas en perspectiva, y por eso me fui a Mánchester”, recuerda. Decidió emprender el periplo británico con una compañera de la universidad, y ambas reservaron un hostal para cinco días, tiempo que emplearon para encontrar un alojamiento definitivo y un puesto de trabajo. “Yo empecé trabajando en un McDonald’s y luego estuve en una cafetería. Lo recuerdo como una época maravillosa; no teníamos absolutamente ninguna responsabilidad, más allá de pagar el alquiler”, asegura Mer.
“Durante la pandemia, puse un anuncio en Facebook buscando amigos en mi barrio”
Lo que iba a ser una estancia de seis meses se convirtió en casi dos años, aunque en ningún caso rondó la mente de Mer la posibilidad de establecerse en Mánchester. Eso sí, esta experiencia fue un paso de gigante en la preparación de la aventura que emprendería años después: perdió el miedo a la primera vez, y lo mismo le ocurrió a su marido. “Además, creo que ambos somos inconformistas e inquietos; si algo no nos gusta, no tenemos miedo a mudarnos”.
Así lo demostraron hace ya más de cinco años, cuando se trasladaron a Irlanda con la idea de establecerse a largo plazo. Aunque en su planteamiento no figuraba lo que ocurriría pasado un mes: la pandemia de covid llegó, y con ella, la dificultad para formar relaciones personales en su entorno. “No conocíamos prácticamente a nadie”, recuerda. Pero tuvieron una ventaja: el confinamiento en Irlanda no fue igual de estricto que en España, puesto que allí podían alejarse dos kilómetros de su hogar para hacer ejercicio. “Puse un anuncio en Facebook buscando amigos en mi barrio. La parte buena fue que, al ser nuevos en la zona y al no conocer casi nada, nos daba lo mismo alejarnos dos kilómetros que doscientos”, afirma Mer, quien se declara “una promiscua de las amistades”.
“CUANDO VIVES LEJOS, CREAS TU PROPIA FAMILIA”
No son las relaciones sociales, por tanto, un asunto menor para ella. “Cuando vives lejos, creas tu propia familia; es decir, tienes una relación con tu círculo de amistades que no tendrías si todos estuvieran en su casa”, explica. En ausencia de la familia, los amigos se convierten en figuras de apoyo indispensables. “Son las mismas personas a las que acudes cuando estás triste, cuando estás contento, cuando quieres celebrar, cuando necesitas un favor”. O, por ejemplo, cuando te pones de parto, como le sucedió el pasado mes de noviembre. “Le pedí a una amiga que se quedase con Olivia, mi hija. Si yo viviera en España, cerca de mi familia, esto no habría ocurrido”.

Este cambio social, donde los amigos cobran más importancia ante la ausencia de familiares, es algo que Mer lleva bien en su día a día. Además, es consciente de que parte de una “situación privilegiada”: es blanca y europea, por lo que comparte rasgos con la mayoría de la población. “Esta mañana estaba con una conocida irlandesa y, cuando le he comentado que tenía esta entrevista, me ha dicho: ‘Bueno, pero tú no eres inmigrante, tú eres expatriada’. Y es porque soy blanca”, explica. Si fuese al revés, si ella residiese en España y conociese a personas extranjeras, cree que la situación sería similar. “Me sería mucho más fácil identificarme con alguien que viniera de Inglaterra o de Alemania que con alguien que viniera, por ejemplo, de Nueva Delhi, porque la costumbre, la cultura, el ritmo de vida, la mentalidad y muchísimas cosas son diferentes”.
La similitud de su estilo de vida con el habitual irlandés ha ayudado a Mer a integrarse mejor en su nuevo hogar, aunque también ha jugado un papel relevante su capacidad de adaptación. “Si nunca puedes salir a cenar porque tienes que cenar tarde, si nunca puedes salir a comer porque comes tarde, si nunca puedes salir a mediodía porque buscas sentarte en una terraza y no has encontrado ninguna, si no sales por la noche porque a las 11 cierra todo, es muy probable que lo pases mal”, sostiene Mer, quien se relaciona mayoritariamente con gente irlandesa, “sobre todo con mamás”, y con personas españolas.
“UN ESTEREOTIPO ANDANTE”
Con algunos de sus compatriotas ha entablado amistad por su condición de residentes en el extranjero: Mer cree que, de haberse conocido en España, hubiese sido diferente. “Soy amiga, amiga, amiga de personas españolas que, si viviera en Madrid, ni de coña seríamos amigos porque no tenemos absolutamente nada en común más allá de nuestra nacionalidad”, afirma. Esto forma parte de una búsqueda del sentimiento de pertenencia, de mantener el arraigo con los orígenes, de un proceso en el que Mer se ha convertido en “un estereotipo andante”. “¿Tú te pones en casa de forma habitual sevillanas o música típica española? Porque yo en mi vida lo había hecho y, sin embargo, aquí sí lo hago”.
El contacto entre Mer y lo que dejó atrás en España es continuo. Con sus amigas, con su madre y con sus hermanos habla de manera “superfrecuente”, y en ocasiones coge vuelos entre Dublín y Madrid de ida y vuelta en el mismo día. “Lo que creo que es más duro para todo el que emigra, que es el estar lejos de su familia, se hace bastante más llevadero cuando puedes ir a pasar el día a España por cincuenta euros”. Aunque, reconoce, le disgusta que sus hijas, Olivia y Lola, no puedan pasar más tiempo con su familia: “Mis hijas no van a crecer con sus abuelos, no van a crecer con sus primos. Están creando sus recuerdos y no van a tener a sus abuelos en ellos. Para mí eso es lo más complicado”. Los familiares maternos de Olivia y Lola residen en Madrid; los paternos, entre Bilbao, Valladolid y Málaga.
“Mis hijas están creando sus recuerdos y no van a tener a sus abuelos en ellos. Para mí eso es lo más complicado”
Mer se resigna a esta situación: al fin y al cabo, pone todo en una balanza y, aunque la parte sentimental pesa mucho, valora aún más la estabilidad económica y laboral que ha encontrado en Irlanda. A pesar de que ha disuelto recientemente su empresa de maternidad y crianza y no sabe qué le deparará el futuro, siente que en la isla tiene más posibilidades de reinventarse que en España. “He estado sin trabajar para otra persona cinco años, que es mucho tiempo, y no creo que tuviera problema para encontrar un trabajo aquí por haber estado en casa dedicándome a mis hijas. En España sí que veo que esa pausa laboral sería más importante a la hora de buscar un empleo”, opina.
Echando la vista hacia delante, cuando su baja maternal finalice, Mer se ve trabajando por cuenta propia como gestora de contenidos. “Es algo que en España no podría hacer. No me saldría a cuenta pagar la cuota de autónomos con los beneficios que obtendría por ese trabajo”, calcula. No es la única diferencia que encuentra con respecto al mercado laboral español: en Irlanda, dice, las oportunidades de escalar puestos en una misma empresa son mayores y hay menor dependencia de los títulos oficiales. “Mi marido, por ejemplo, no tiene la carrera universitaria de Ingeniería Informática en la universidad, pero lleva mucho tiempo trabajando en ello. Esa experiencia te da la oportunidad de ascender, de crecer dentro de la empresa, y esto es algo que en España echo mucho de menos”.
Además, los salarios allí son más altos. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, el salario bruto medio en 2023 (último dato disponible) fue de 2273 euros al mes, por los más de 3900 euros brutos mensuales que percibieron de media los trabajadores en Irlanda en el último trimestre de 2024, de acuerdo con la Oficina de Estadística Central. Y, aunque el coste de vida es mayor en Irlanda (entre octubre de 2022 y el mismo mes del año siguiente, cada hogar gastó de media 52 388 euros) que en España (el gasto medio por hogar en 2023 fue de 32 617 euros), según los mismos centros estadísticos, Mer aprecia “cada vez menos” diferencia. Una razón más, junto a las oportunidades de crecimiento laboral en Irlanda, por las que ve “muy complicado volver a España algún día”. “Vamos a ver qué pasa”, dijeron Mer e Iker antes de emigrar a Irlanda. Y lo que pasa, cinco años después, es que queda aventura para rato.






















